jueves, 24 de septiembre de 2009

COLORADO (La máquina vuelve a crujir, gruñir, restallar, chirriar.)

Y el Grillo apaciguado se revolvió en sueños.

Aunque hacía tiempo que había evitado su añeja costumbre de dormir, pues los sueños amenazaban con interferir con su vida cotidiana ¿O era su vida cotidiana la que amenazaba con interferir con sus sueños? Y la cuestión era que, en el fondo, se trataba de una muy seductora y satisfactoria superposición. Pues, efectivamente, todas las sensaciones, simpáticas y entrometidas sensaciones, indicaban que esa posición debía ser verdaderamente súper ¡además de seductora y satisfactoria! El problema era que un cierto desasosiego a nivel moral afloraba en su interior mostrando la cautelosa conveniencia de separar completamente ambos ámbitos sin ambigüedades, pues eso no era plan. O quizás sí. Pero eso es otra historia. Y nos estamos desviando de lo que nos ocupa ahora. Y eso no es plan. O quizás sí. Pero ahora mismo, no.

Así pues, el lustroso Grillo, antiguo compañero inseparable de Tiznado, comenzó a mascullar incoherencias momentos antes de desperezarse confortablemente.

Y excavando como siempre, asomó la cabeza a la luz tras haber estado hurgando y hurgando felizmente durante un buen tiempo. Y es que en los últimos tiempos había visto cosas nuevas que le habían recordado el pasado. Pasados lejanos. Y pasados cercanos. Pero, en el fondo, pasados bastante presentes. Aunque fuera de forma intermitente.

Y en esas estaba el afanoso Grillo cuando ¡sorpresa! otro fogonazo de pasado. Y era un fogonazo colorado. Colorado, casi rojo.

Y claro, aparece el dato y tú te interesas. Y efectivamente, Colorado queda lejos. Lejos de cojones. Lejos en el espacio. Lejos en el Imperio. Lejos en el tiempo, con vaqueros cabalgando cerca del Gran Cañón (cañón del Colorado, claro). Y persiguiendo a los vaqueros, los indios. Que son los pieles rojas. Es decir, coloradas.

Y encuentras algo curioso. El Gran Cañón, del Colorado, es pequeño (Pequeño Cañón, pues) comparado con el gran cañón que hay en Marte, que es el Planeta Rojo (y por tanto, Colorado). Pero este gran cañón del (planeta) Colorado se llama, de forma un tanto estúpida, Valle Marineris, el valle de los marineros. ¡Si se encuentra en un desierto! Un desierto rojo, colorado. Colorado por el hierro. Hierro en polvo. Hierro al rojo. Es todo algo tonto, un tanto tonto. En realidad bastante tonto.

Así, el Gran Cañón del Colorado es, en realidad, el Valle de los Marineros, en mitad del desierto, y no está en Colorado sino en el Planeta Colorado. Y en Colorado (es decir, en Rojo) es donde podemos encontrar el pequeño cañón que nosotros conocemos como Gran Cañón; Gran Cañón del Colorado. En el fondo no hay problema, todo ronda el rojo, al fin y al cabo.

Pero en resumen, lo único seguro es que Colorado queda lejos, lejos de cojones. En el espacio, en el Imperio y en el tiempo.

Aunque, lo que es en verdad curioso es que también es cierto que Colorado queda, a la vez, muy cerca. Cerca de cojones. Pero solo es así si atraviesas Mágicomísticolandia, ahí es nada. Y en ese caso sólo se trata de un pequeño y extraño paseo. El problema es encontrar el comienzo del incierto camino. Porque a veces el camino se recorre en tren-tranvía-trolebús y pasa por extrañas plazas donde en los bancos se sientan extraños personajes. Entre ellos el juglar de la guitarra inyectada en la vena. Y también un recuerdo, que también es un acuerdo. Y un acuerdo es una señal. Y luego el camino se hace andando. Y, mientras, la ciudad se derrumba de forma caótica, ardiendo de forma gloriosa Y ahí están todos corriendo. Los bomberos bombeando, el ejército ejercitando y la policía. No tengo claro lo de la policía. Y en medio del caos tu única preocupación es buscar una cábina para telefonear. Y como siempre, no llevas suelto para llamar. Pero eso no importa, porque tampoco recuerdas el teléfono. Y eso tampoco importa, porque no encuentras ninguna cabina en la ciudad llameante y en ruinas. Y descubres que tampoco recuerdas a quién querías llamar. Así funcionan las cosas por aquí. Y esto es otra señal.

Y lo que es cierto es que siguen apareciendo acuerdos. Uno tras otro. El mundo sigue guiñándome sus ojos telescópicos microscópicos estroboscópicos caleidoscópicos psicotrópicos cocodrílicos. Y aunque no acabo de sintonizar la frecuencia, estoy en la onda. Más que nunca.

¡Oh Colorado! ¡Oh Wyoming! ¡Oh Connecticut!

En la cresta de la ola. ¡Hola! En mitad del desierto. Y desde allí vuelvo a distorsionar el mundo a mi alrededor, agitándolo y haciéndolo vibrar. Imperceptiblemente al comienzo; solo los bizcos lo ven. Pero la intención se encuentra ahí, pulsante y latente. Latiente. Candente. Resonante. Creciendo de forma sincopada conforme voy apretando el paso a través del polvo. Y en el camino saludo al yonki con una guitarra enchufada a su vena. Se trata de otro acuerdo. Su rostro extraño muestra una loca sonrisa que compartí hace mucho. Sonrío al recordarlo y hago una cabriola honoraria vestido solo con mis calzones.

Y todo trata de posibles presentes compasados, de hipotéticos pasados que resultan impresentables. Y es que en el fondo son todos parecidos. En el futuro dadme tiempo. Mucho tiempo. Para aprovecharlo. Para despreciarlo. Dadme tiempo. Mucho tiempo. Y así el futuro será más grande.