sábado, 27 de junio de 2009

ECOS DEL FUTURO: Historia de Neuman (Parte III-1ª)

ESTUPEFACCIÓN Y SUDOR FRÍO.

Cuando Neuman enfocó la vista, turbada brutalmente por su dipsomanía, comprobó que un señor con traje y corbata le estaba hablando airadamente sentado tras una mesa de despacho. Neuman no sabía quién era la persona que tenía enfrente. En breves fracciones de segundo su cerebro trató de hacer un esfuerzo por recordar, pero lo único que logró fue aportarle la inquietante sensación de que realmente conocía a ese individuo desde hacia tiempo, pero nada más. El hombre se encontraría sobre los 60 y gesticulaba exageradamente agitando un habano delante de las narices de Neuman, que aún no era capaz de captar lo que el hombre le estaba gritando.

Neuman se encontraba como en un sueño, la escena era tremendamente luminosa y, aunque los movimientos del hombre ocurrían a velocidad normal, Neuman los percibía con un detalle exagerado, como si fueran tremendamente lentos. Como no era capaz de entender lo que el hombre le decía -sonaba como si alguien le hablara bajo el agua- Neuman optó por observar a su alrededor. Comprobó que se encontraba sentado en un sillón de cuero, en una habitación que parecía un despacho bastante elegante. Con una sorpresa relativa, pues su cerebro parecía estar en un curioso estado de enorme calma, descubrió que él mismo iba vestido con un traje elegante, con corbata y todo, aunque comprobó que llevaba la camisa por fuera de los pantalones y el nudo mal hecho. Eso le produjo cierto alivio.

Tras permanecer un buen rato observándose las manos, que le dieron la impresión de ser las de una persona más mayor, alzó la vista y volvió a centrarse en el hombre airado. El individuo seguía hablándole -¿cuánto tiempo llevaba ya?- y cada vez parecía más acalorado, algunas gotas de sudor le caían por la frente y una gran vena latía en una de sus canosas sienes. Tras consumir el puro con una profunda calada, lo aplastó con energía en un cenicero de mármol muy elegante y, probablemente, muy caro. Tras ese acto, como si el final del puro simbolizara un símbolo místico, un punto y aparte temporal, el hombre pareció calmarse. Se recostó en su gran sillón con aire de resignación y de un cajón de la mesa sacó otro habano que procedió a encender.

Neuman seguía sin tener muy claro lo que estaba pasando. Pero su cerebro estaba aún más estupefacto que él, y no era capaz de enviarle ningún tipo de sensación: ni asombro, ni sorpresa, ni miedo, nada de nada. Pero cuando el hombre comenzó a hablarle de nuevo, esta vez más calmado, sentado en su sillón y paladeando gustosamente su recién estrenado puro, Neuman comprobó que empezaba a comprender lo que el éste le decía. El murmullo acuático de antes se fue convirtiendo en palabras sueltas, primero, y en frases completas, un poco más tarde. O el hombre había cambiado su frecuencia a la hora de hablar, o Neuman había logrado adaptar su cuerpo de forma adecuada al sonido. Neuman intuyó que, seguramente, había ocurrido la segunda opción. Y al escuchar, Neuman descubrió varias cosas que provocaron que su cuerpo y su cerebro comenzaran a funcionar con otro ritmo.

Básicamente la cosa era así. El hombre que tenía delante suyo era el presidente y fundador de una de las mayores empresas tabacaleras del país. Además era su jefe porque, según pudo deducir, Neuman trabajaba en esa empresa en algún puesto misterioso pero de gran importancia. Este dato le permitió comprender el hecho de ir vestido con un traje. Pero es que además ¡el hombre era también su suegro! pues Neuman estaba casado desde hacía varios años con su única hija. De hecho, había sido gracias a los ruegos de ésta que Neuman había entrado en la empresa familiar. Al fin y al cabo era el yerno del presidente.

Sin embargo, desde el punto de vista de su suegro, Neuman era un verdadero desastre y aún seguía sin comprender cómo podía ser que su adorable hijita se hubiera juntado con semejante inútil. Le avergonzaba que formara parte de su familia y de su empresa y llevaba tiempo esperando un cambio de actitud por su parte. ¡Ya era hora de que madurara y afrontara el mundo como un hombre de verdad y no como un pobre niñato! Si no fuera por su hijita y sus nietos ya le habría mandado a tomar viento hacía mucho tiempo.

Neuman se encontraba en el ascensor, bajando hacia el parking, tratando de unir de forma coherente todos la información fragmentada que acababa de caerle encima, intentando asimilarla. De repente, tras un mareante recorrido sináptico, uno de los datos ocupó su lugar correcto haciendo que Neuman se congelara por completo... ¿Nietos? ¡Eso quería decir que tenía hijos! ¡Neuman tenía hijos!

Fue como si la realidad hubiera estallado ante él, con toda esa información golpeándole brutalmente como si de metralla se tratara. Gotas de sudor frío comenzaron a caerle por el rostro. Se sintío agobiado y le faltaba el aire. Aflojó por completo el nudo de su corbata y desabrochó los primeros botones de su camisa. Su respiración era rápida y profunda y notaba una sensación de vértigo. Era como si estuviera cayendo al vacío. Cayendo mucho más rápido que el maldito ascensor que no parecía llegar nunca a su maldito destino. Y en ese momento se le ocurrió mirar al espejo que ocupaba toda una pared del ascensor, pero que hasta ese momento no había descubierto que estaba ahí.

Y al observar el espejo Neuman se vio a sí mismo. Pero el que estaba en el reflejo no era exactamente él. Aparte del detalle de la ropa, que ya era bastante turbador, el Neuman que se encontraba en el espejo era más viejo, debía tener algo más de treinta años, y más allá del gesto torcido por la ansiedad se vislumbraba un espíritu derrotado, sin fuerza.

Por fin, el ascensor se detuvo y la puerta se abrió, dejando entrar el aire fresco del aparcamiento subterráneo, proporcionando un pequeño alivio a Neuman, que vio como toda la vorágine de acontecimientos se reducía un poco, dándole unos instantes de reposo. Aún vacilante, se acercó a su coche, lo arrancó y se dirigió a su apartamento en el centro de la ciudad.

Mientras conducía, intentando relajarse y buscando recuperar el control sobre sí mismo, Neuman trató de ordenar algo más sus pensamientos. Se dio cuenta de que había sido capaz de distinguir su coche entre los cientos de vehículos que había aparcados sin ninguna sombra de duda, a pesar de que no lo recordaba de ninguna de las maneras. Y aún más, ahora mismo se encontraba conduciendo directamente hacia una casa que acababa de descubrir que tenía para ver a una familia que no conocía. De hecho, ni siquiera era capaz de reconocer la ciudad por la que estaba circulando. Neuman llegó a la conclusión de que, por alguna razón, algunas regiones de su cerebro habían decidido no compartir determinada información con el resto del cuerpo. Cuando Neuman descubrió esto una sonrisa se dibujó en su rostro.

1 comentario:

  1. Muy interesante Herr Profesor... me he sentido un poco Neuman porque, al leer blanco sobre negro, me he mareado como si hubiesen estado fumando habanos durante un buen rato en mi habitación...
    Desde luego el tiempo pasa y no nos damos cuenta... menos mal que se nos arrugan las manos, se nos cae el pelo, cogemos unos quilos, no se nos empalma todo lo que se empalmaba antes y el mundo que antes nos comíamos ahora nos come. Y por cierto, Neuman es un cabrón, yo nunca encuentro mi coche a la primera... y más de una vez me he preguntado quien era yo realmente y no he tenido a nadie que me lo supiera explicar... mejor.

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